El rey Carlos III, después de un año de reinado, sustituyendo en el trono a su carismática madre Isabel II tan querida por los británicos, ha conseguido remansar las aguas en el seno de su problemática familia al tiempo que ha ido escalando peldaños en el afecto de su pueblo.
No lo tenía fácil: su desastroso matrimonio con Diana de Gales y los graves escándalos que conllevó el traumático divorcio de la pareja; la relación –al principio muy mal aceptada– con Camila, a la que los años han colocado finalmente en el trono; las desavenencias con su hijo menor Harry; los problemas con su hermano Andrés… presagiaban oscuros nubarrones en el horizonte que poco a poco se han ido disipando.
El tiempo ha venido a darle la razón en muchas cuestiones. Cuando todavía era un joven, el príncipe de Gales no estaba tan concienciado con los problemas del medio ambiente, fue un adelantado en ese terreno y dejó patente su defensa y preocupación por estas cuestiones, que a día de hoy mantiene con firmeza.
El pasado martes celebró con austeridad y sin fastos su setenta y cinco cumpleaños y en esta línea de compromiso puso en marcha The Coronation Food Proyect que pretende encontrar fórmulas para frenar el desperdicio de alimentos.
Entusiasta de la jardinería y el paisajismo, y partidario de la agricultura ecológica, predica con el ejemplo y dice sentirse especialmente feliz en el campo alejado del bullicio londinense.
En este momento de su vida, Camila, la mujer de la que siempre estuvo enamorado, está a su lado y se ha revelado como una buena compañera y su hijo Guillermo, llamado a sucederle en el trono, ha formado con Kate una familia que enorgullece a los británicos.
Lo de Harry y Meghan es otro asunto, pero con un océano por medio las cosas se ven de otra manera.
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